Utilizar zapatillas desgastadas para la práctica deportiva conlleva múltiples riesgos, hablemos de ello.
Con el paso del tiempo nuestro cuerpo se hace mayor,
envejece y se adapta peor a las situaciones de estrés de todo tipo, tiene mayor
riesgo de lesión entre otras causas por la pérdida de elasticidad muscular,
solidificación ósea, deshidratación cartilaginosa, etc… Vamos, que nos hacemos
mayores.
Cuando somos jóvenes podemos correr y/o jugar con cualquier calzado, o casi, sin
notar molestias por ese motivo. Con el paso del tiempo y la especialización
deportiva nuestras necesidades varían y precisamos de calzado de calidad y en
buenas condiciones para suplir la pérdida fisiológica ocasionada por el paso
del tiempo y prevenir las posibles complicaciones que por esta causa puedan
surgir.
Las zapatillas son las encargadas de absorber y disipar las
fuerzas e impactos generados durante la carrera, de su estado y calidad depende
que esas fuerzas que son impresionantes, se transmitan a nuestro cuerpo casi
íntegramente o lleguen muy disipadas y suaves, siendo de esta forma asumibles
por nuestro físico.
Nos gastamos una dineral de “gadgets” para entrenar, relojes con GPS, reproductores musicales, auriculares deportivos, podómetros, etc… y, sin embargo, en múltiples ocasiones, descuidamos lo básico y fundamental, la salud de nuestras zapatillas está estrechamente ligada a nuestra propia salud.
El símil más fácil y de rápida comprensión que se me ocurre
es el de los neumáticos de nuestro vehículo, un desgaste excesivo o irregular
repercute en nuestra seguridad aumentando la posibilidad de sufrir accidentes o
percances, por lo que los cambiamos con regularidad y buscamos la mejor relación calidad/precio posible. Del mismo modo, las zapatillas son nuestros neumáticos,
son las encargadas de nuestra adherencia y seguridad, sin embargo muchas veces
obviamos su mal estado o las alargamos en exceso.
Pensemos en un jugador de fútbol, sus zapatillas llevan tacos y estos le permiten un mayor agarre, a medida que esos tacos se desgastan, la adherencia y tamaño se reducen, por lo que la seguridad y el rendimiento menguan. Con todas las zapatillas pasa lo mismo aunque visualmente sea menos evidente por no tener tacos tan visibles como pueda ser en el fútbol o rugby, el desgaste está ahí y es inevitable, a mayor uso, a mayor frecuencia y a mayor intensidad de utilización, menor duración del material.
Unas zapatillas excesiva o irregularmente desgastadas nos
llevarán, muy probablemente, a una lesión a causa de variaciones en nuestra
pisada, alteraciones biomecánicas o falta de amortiguación. Esto hará que
nuestras articulaciones, músculos y discos intervertebrales tengan que realizar
un trabajo mayor del debido, con las repercusiones que eso acarrea, lesiones,
algunas de ellas pueden llegar a ser graves e irreversibles (sobrecargas,
distensiones, fascitis, bursitis, tendinitis e incluso hernias de disco), las
principales “amortiguaciones” corporales se encuentran en tobillos, rodillas y
espalda, ellas serán quienes más sufran el excesivo o incorrecto desgaste de
las zapatillas.
Por último y aunque pueda sonar “extraño”, nuestra economía puede verse también afectada por el uso de zapatillas desgastadas de forma excesiva o irregular, pues la recuperación de los problemas o lesiones por esta causa puede resultar costosa (fisioterapia, cirugía, plantillas, etc.) lo cual será indudablemente más caro que adquirir un nuevo par de zapatillas cuando corresponda. Todo ello sin haber tenido en cuenta todavía el tiempo de inactividad que esos problemas nos pueda conllevar.
No se trata de comprar las zapatillas más caras, si no de adquirir las más adecuadas para cada uno según peso, uso, superficie, objetivos y, por supuesto, siendo coherentes con nuestro nivel deportivo.
Como todo, o casi todo en la vida, el secreto está en dar con la adecuada relación calidad/prestaciones/precio.
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